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Leonardo
Bermudez
Integrante
del Club Kogui Practicando el
kite-surfing en Coveñas (Colombia).
País extremo
Colombia se ha convertido en uno de los mejores escenarios del mundo para realizar deportes extremos.
Por Andrés Wiesner
En los últimos años, los turistas que llegan a las playas, parques naturales, nevados y montañas del país han cambiado su apariencia.
Ya no se ven sólo las grandes familias cargadas de maletas, ni los expedicionarios colombianos con mapas y catalejos o los europeos en busca de chaquiras de colores y mochilas arhuacas. Ahora bajo el sol de un mediodía en el Caribe colombiano, o la brisa de una tarde en lago Calima, los que acuden son jóvenes con cuerpos musculosos y caras embadurnadas de bloqueadores de colores. Su equipaje no son hamacas, carpas ni esteras sino tablas de surf, paracaídas y cometas.
Kite surfig en el Lago Calima, ala delta en Roldanillo, 'free fliying' en Medellín y Flandes, surfing en Nuquí, Tumaco y San Andrés, ciclomontañismo en el Boquerón, winsurf en el Cabo de la Vela, rafting en San Gil y carreras de aventura en Boyacá son pruebas de que hace algún tiempo Colombia dejó de ser indiferente a los deportes extremos.
Por fin, la exuberante naturaleza y los mágicos escenarios con los que cuenta el país para realizar este tipo de actividades se comenzaron a aprovechar y ahora las playas, ríos, parques naturales, nevados y montañas son los mejores lugares para dejarse tentar por el riesgo.
Desde comienzos de 2000, competidores de diferentes partes del mundo se han dado cuenta del potencial de Colombia como escenario de deportes extremos: para los surfistas de California, acostumbrados a correr las olas en agua salada, no fue normal esperar su turno relajándose en los ríos de agua dulce que bajan de la Sierra Nevada y desembocan en el mar como les ocurrió en el Tayrona en la tercera válida del circuito internacional; los alemanes que hicieron ala delta en Roldanillo, en las clasificaciones al Red Bull Fly to Giants of Río, se sorprendieron al volar entre montañas de distintos verdes y ríos de aguas cambiantes; los españoles del equipo Motorola que ganaron la Travesia Max Adventure Bosi 2004 en la meseta cundiboyacense se llevaron la mejor imagen de una organización digna de otras carreras internacionales como el eco-challenge; y para los italianos practicantes del Kitesurfing, que esperan impacientes la llegada del otoño, fue sorprendente navegar en lago Calima donde sopla el viento 300 días al año.
Para 2005 más de cincuenta competencias nacionales e internacionales se tienen programadas en diferentes regiones de Colombia: suramericano de winsurf y abierto de Kiteurfing en el lago Calima, circuito nacional de surfing On Tour en ocho playas diferentes, Nacional de Motocross en Antioquia y la travesía Max -adventure, esta vez programada en la costa Caribe, son algunas de ellas.
Bogotá y sus alrededores no se quedan atrás para quienes quieran soltar un poco de adrenalina. En los parques del Salitre, Simón Bolívar y el Tunal se han adecuado pistas de ciclomontañismo y motocross donde continuamente se realizan competencias que reúnen miles de personas. En Mondoñedo se puede practicar Sandboarding, la adaptación del snowboarding a la arena, en Suesca escalar sus empinadas montañas, enfrentar el viento del Sisga haciendo winsurf y en los ríos de Tobia practicar el canotaje, el kayak y el rafting.
"Lo mejor de esta clase de deportes es que en ellos, más que ganar, la gracia es disfrutar de las olas con los amigos que ha hecho el mar y conocer los lugares más hermosos de Colombia", afirma Jorge Albor, campeón nacional de Surfing en 2004.
Como Albor, la mayoría de los practicantes de los deportes extremos lo hacen por satisfacción propia, como una manera de vivir la vida intensamente y la mejor forma de conocer su país.
A pesar de que la mayoría de las veces los deportes extremos no cuentan con el apoyo del gobierno y la empresa privada, el lugar que han ido construyendo sus promotores a punta de ganas y pasión, empieza recoger sus frutos con las diferentes competencias y las actuaciones destacadas de deportistas colombianos en diferentes torneos internacionales. Además la mayoría de las delegaciones ofrecen becas y cursos a jóvenes de bajos recursos para que aprendan a realizar estos deportes y tengan nuevas opciones de vida.
De seguir así y mientras las condiciones de seguridad permitan sacarle el mejor provecho a la geografía colombiana, pronto el país contará con campeones extremos.
Enamorados de los riesgos
El kitesurf es el deporte que más llama la atención actualmente entre los visitantes del lago
Calima.
José Luis Guzmán / El Pais
El lago Calima es el epicentro del kitesurf, mientras que las montañas de Dapa y Cali resultan ideales para la práctica del downhill y el parapente. Los amantes del rafting navegan en las aguas del río Tuluá.
No importa que no sean amigos o que nunca se hayan visto. Basta con que se encuentren cruzando algún paraje inhóspito o surcando alguna montaña para que adviertan que sufren del mismo mal.
Una adicción que cada fin de semana los impulsa a tomarse lomas, lagos y ríos del Valle del Cauca en busca de antídotos contra el estrés y la rutina.
Y es que definitivamente lo suyo no es sólo cuestión de ejercicio o de buena forma.
Los practicantes de deportes extremos constituyen una hermandad de adrenalina, vértigo y velocidad, que desafía el viento, el agua o la altura para arrancarle emociones a la naturaleza y rozar la libertad.
Es por eso que, sin importar que los tilden de cenicientos o zanahorios por acostarse cuando la hora de la rumba apenas empieza, cada sábado o domingo cumplen una impostergable cita con el parapente, el rapel, el downhill, el rafting o el kitesurf, entre otras disciplinas de alto riesgo.
Entonces, mochila al hombro y previo acuerdo con sus compañeros de pasión, un ejército de silenciosos nómadas llega hasta Dapa, Golondrinas, El Cerrito, La Buitrera, Mateguadua, Calima o Roldanillo, para cumplir el sueño de llevar al límite sus propios miedos.
"Es un estilo de vida. Una terapia de dos o tres horas durante las cuales uno no piensa en nada más", afirma Mario Otoya, uno de los culpables de que el lago Calima se haya convertido en la meca de los deportes náuticos en Colombia.
Hace 20 años, cuando él y su amigo Carlos Julio Gómez terminaron de estudiar administración de empresas en La Florida, decidieron traerse tres veleros de US$600 , los cuales aprendieron a dominar a "tropezones".
"Al comienzo la gente veía el windsurf como algo extraño, pero poco a poco los amigos se fueron contagiando y de repente el grupo de `locos' ascendió a 20", recuerda Otoya, quien en la actualidad maneja un club náutico en Calima.
Pero no sólo a él el 'vicio' se le ha convertido en profesión.
Desde hace siete años, Jorge Martínez divide su tiempo entre una inmobiliaria y las clases de parapente que le dicta a todo aquel que quiera experimentar la sensación de tener sus pies tres mil metros más arriba del suelo.
"A mí siempre me ha gustado la aventura. También he hecho windsurf y ciclomontañismo, porque lo que realmente me importa es disfrutar de la comunión con el sol, el agua y las montañas", explica este hombre de 38 años, que confía en poder seguir caminando para no tener que dejar de volar.
Eso sí, confiesa que aquello de vivir por las nubes no resulta tan atractivo para su esposa Ana María, pues ella prefiere disfrutar del paisaje mientras se asolea en una piscina antes que subirse a un parapente.
La misma pasión de Jorge, pero esta vez por el agua es la que ha llevado a Rodolfo Ramírez a ser el único practicante de kayak en el Valle.
"Mis hermanos y yo crecimos metidos en el río Tulúa, pues a mi papá le encantaban la pesca y los paseos de olla. Así que todos somos excelentes nadadores y conocedores del río, lo cual hace que lo queramos pero también que lo respetemos", asegura el arquitecto de 40 años.
Por eso, una vez que supo que en Cundinamarca practicaban tanto ese deporte como el rafting, no dudó en viajar a aprenderlos y a conseguir los equipos necesarios para invitar a sus amigos a que 'padecieran' el vértigo que se siente cuando la balsa comienza a flotar sobre el caudaloso río.
Una emoción que, pese al inri de zona roja que sobrelleva su querida Mateguadua, ha ido multiplicando entre caleños y tulueños. Eso sí, todo con la ayuda de Andrés Felipe, un pequeño de 12 años, tan acuático como su padre.
Y es que ciertamente, los practicantes de deportes extremos que deambulan por los rincones del departamento coinciden en afirmar que el mayor riesgo que corren cediendo a su 'debilidad' es enfrentarse a un secuestro o a otro hecho de alteración del orden público.
Por eso prefieren no hablar del dinero que tienen que invertir para lograr su fantasía favorita.
Sólo se limitan a jurar que la sensación que perciben al volar junto a las mariposas, desafiar la gravedad o fundirse con el agua, es superior a cualquier sacrificio.
Nelson Kilbin posee la única cometa doble del occidente colombiano. Para él, la sensación de libertad, es lo más valioso de este deporte.
Hermanos de vuelo
Cinco minutos teniendo la ciudad a los pies y rozando el vuelo de los pájaros son suficientes para compensar la media hora que Nelson Kilbin tarda en armar la cometa con la que cada sábado surca los cielos de la capital del Valle.
Mas transportar un equipaje de 30 kilos y levantarse temprano no son los mayores sacrificios que enfrenta para sentir la emoción de hacer algo que alguna vez pensó que nunca haría.
Permanecer hasta dos horas de pie, justo al filo del precipicio de partida, atado a la cometa y sintiendo el vértigo de la altura en el estómago, hasta que un "frente" de viento le dé vía libre para asumir su sueño, es algo que no muchos estarían dispuestos a realizar.
Y aunque Nelson es el único poseedor de una cometa doble en el occidente colombiano, en el Valle hay otros quince aficionados a esta forma de descargar adrenalina.
Uno de ellos es Miguel Matta, quien voló por primera vez hace once años.
"Los primeros 30 segundos son de miedo, pero después es el goce total", dice tras recordar que su familia pasó de tildarlo de loco a sentirse orgullosa de sus triunfos deportivos.
Pero la cometa no es el único cómplice de quienes quieren sentirse más cerca de las estrellas. El hecho de exigir menos condiciones climáticas para despegar unido a que el equipo se puede llevar en una mochila ha hecho que el parapente haya ganado popularidad.
"Cuando ingresé al seminario renuncié al sueño de volar, que siempre fue mi otro gran anhelo. Sin embargo, la vida me está dando ahora esa oportunidad y estoy feliz", asegura el sacerdote Melchor Molina, quen ya le encomendó a su Angel de la Guarda que lo cuidara durante las prácticas.
Amantes del agua
Sesenta y cuatro años no son nada para subirse a una tabla y desafiar la imponencia de lago Calima.
Eso lo confirma Eduardo León Jaramillo, un psiquiatra jubilado del Seguro Social que encontró en el windsurf la mejor forma de "reconectarse" con su hijo, quien se fue a estudiar durante cuatro años a Australia.
"Ahora me siento más distensionado y más cerca de Dios. Veo una sincronía de elementos que me pueden impulsar adónde yo quiera", asegura el palmirano que luego de cinco clases navegó solo durante una hora.
Y parece que la adicción por el viento y la velocidad no da espera. Es por eso que cada ocho días, Juan Sebastián Santacoloma y su novia Luisa Fernanda López viajan durante tres horas y media desde Manizales para 'sodarse' el kitedsurf, una especie de windsurf con cometa.
"Yo creo que el amor al riesgo es algo genético. Pues antes practicaba el downhill y el motocross, pero un día vi unos videos de kitesurf y me gustó, por lo confortable que se siente deslizarse por el agua", dice el joven, de 30 años, quien asegura que lo más peligroso de su hobbie es el desplazamiento hasta Calima.
Una opinión similar tiene Luisa Fernanda, quien en agosto fue a acompañarlo a practicar y le pidió que le enseñara. "El comienzo fue traumático porque él era muy escéptico respecto a que yo pudiera aprender y me regañaba mucho en las clases", recuerda una de las tres mujeres seguidoras del kitesurf en el Valle.
Pero cuando estaba a punto de declinar, un fuerte moretón en su pierna le hizo pensar que los golpes debían valer la pena y decidió ponerse a la altura de su enamorado campeón.
Y es que la destreza con la que logra levantarse hasta seis metros por encima de la superficie le ha valido a Juan Sebastián destacarse como el mejor en su hobbie que, pese al riesgo que implica para su integridad, reconforta a sus padres, pues administrador e ingeniera se mantienen alejados de la rumba y el trasnocho.
El vértigo de la velocidad
'Devorar' en cinco minutos una empinada trocha de dos kilómetros, repleta de rocas, vacíos y tramos lisos, bien podría ser una muestra palpable del ánimo suicida que se le atribuye a los jóvenes de hoy.
Sin embargo, para un grupo de quince 'muchachos de espíritu', que libera su energía desde el cerro de las Tres Cruces, el downhill es una práctica deportiva como cualquier otra.
"A esto hay que aplicarle mucha ciencia. Saber por dónde se puede bajar y por dónde no, requiere mucha concentración", asegura Juan Fernando Franco, un estudiante de segundo semestre de ingeniería, apasionado por la bicicleta.
Una inclinación que, pese a las 17 fracturas que ha acumulado su amigo Miguel Vásquez durante ocho años de práctica, se niega a desaparecer de su vida, máxime cuando ya ha obtenido varios triunfos.
"Hay días en los que uno pelea con la bicicleta y se da contra todo, pero cuando paso ocho días sin montar el dolor de cabeza y la depresión me cogen por su cuenta", asegura el joven de 21 años.
Otros seguidores de la velocidad son los amantes del motocross y el enduro, equivalente al downhill en moto. "Comencé practicando enduro, pero la situación de orden público llevó a que se cerrara la pista", dice Mauricio Mora, quien a los 18 años ya es campeón nacional.
Tal vez por eso, pese a las diez fracturas que ha sufrido en diferentes partes del cuerpo, sus padres se han 'resignado' a padecer sus presentaciones y a alentarlo en su carrera.
En cambio, para Carlos López y Francisco Quijano, adictos al rapel o escalada en roca, estas disciplinas no deben implicar mayor riesgo si se cuenta con los implementos adecuados. Eso sí, reconocen que quien diga que no le da miedo trepar por loma de 25 metros de alto "está
mintiendo".
Enero de 2005
Tomado
de la revista Semana
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