230 niños comen un plato de lentejas y estudian en este sitio
construido sobre el relleno de basura con que se llenaron las orillas de la ciénaga.
Se trata de la escuela La arrocera, del sector deprimido de
Olaya Herrera.
Los niños que van a ella pueden considerarse
afortunados pues son de los pocos en este sector paupérrimo de la ciudad que
comen al menos una vez al día.
Según un estudio del Observatorio del Caribe, publicado en
la revista investigativa Aguaita, la situación de hambre en la ciénaga,
sobre todo en la población infantil y adolescente es dramática. "En
entrevistas con rectores y docentes -dice el documento- se conoció que algunos
niños llegan a la escuela sin comer uno y hasta dos días".
Los de La arrocera, en cambio, gozan de su plato de arroz, de
una porción de lentejas y de un vaso de aguapanela. Esto, gracias a la labor de
una mujer luchadora de 56 años, llamada Orfelina Santos, 'La Conga'.
Orfelina llegó a La Heroica hace seis años y se instaló en
este sector de la ciénaga donde el cuerpo de agua se murió hace ya mucho por
la acumulación de basura y aserrín con que la gente rellenó las marismas para
edificar sus casas de lata, cartón y palos.
La mujer, una negra menuda con cédula de Apogadó (Chocó)
se dio cuenta de que en esta zona, donde se apelotonan malamente 400
familias,!no había escuela. Y no la había a pesar de que entre el fango
verdoso y las basuras de olores agrios correteaban unos mil niños en edad de ir
al colegio.
En estas orillas de la ciénaga de la Virgen las mujeres son
tan pródigas en el arte de procrear que en dos años el Bienestar Familiar ha
tenido que hacer cuatro campañas de ligadura de trompas.
Por eso, en el 2000 Orfelina empezó literalmente a pedir
limosna en las calles de Cartagena, y con lo conseguido montó un remedo de
escuela con su restaurante escolar, sin mesas pero con ollas y platos.
Luego, convencida de que a punta de mendigar en el sector turístico
no era muy largo el futuro de su escuela, decidió tocar muchas puertas de
empresas privadas y de Ong internacionales.
Con la insistencia, finalmente, varias terminaron apoyándola.
Hoy, Save the Children International, la Cruz Roja y el Programa Mundial
de Alimentos la apoyan y La arrocera ya tiene cuatro aulas, con pocas sillas y
sin mucha ventilación, pero donde no falta el almuerzo diario, que es el mejor
persuasor para asistir a clase de un buen número de los 230 muchachos.
El salón grande que les sirve de comedor está sostenido por
72 pilotes de madera, que a su vez tienen bases de cemento. Este, como el resto
de la escuelita está parado prácticamente en la mitad del agua. "Los
pilotes son para que no se hunda la escuela, usted sabe que esto es puro relleno,
y siempre hay que tenerle miedo al agua, porque algún día cobra el terreno que
le han quitado", dice Fausto Moya, quien sirve de celador en la escuela.
'La Conga' vive esperanzada en unos centavos que el Fondo
Nacional de Regalías designó para varias de estas escuelas que todavía no
tienen oficialmente esa categoría del Ministerio de Educación. Por eso, han
transcurrido cuatro años y todavía no se les ha pagado ni un mes de sueldo a
los cinco profesores que acompañan a Orfelina en esta quimera de tener un
restaurante con escuela.
'La Conga' no se desespera. Ella sueña con que la plata
vendrá, que su escuela será grande, que la sacará del agua, y que en un
futuro los casi 700 niños a los que no puede ayudar, también tendrán su plato
de peltre con arroz, lentejas y quizá algo de carne una vez al día.
Más allá de la Ciénaga de la virgen, en la Cartagena que
no conoce casi nadie en el país, donde sobreviven casi 600 mil personas en la
indigencia, hay por lo menos otros 10 mil niños, según Mayiris Gómez,
funcionaria de la Secretaría de Educación, que no van a la escuela y que a
veces solo comen una vez cada 48 horas.
JUAN CARLOS DÍAZ M.
Especial para EL TIEMPO
Cartagena
Urgen acciones que apoyen el mejoramiento de las
condiciones de vida de los niños para que puedan acceder y permanecer en el
sistema educativo y contar con una educación de calidad.
Los rostros de la educación
A problemas de insuficiencia de cupos, los bajos resultados en pruebas de
calidad, la preparación inadecuada de algunos docentes y la pobreza de algunos
programas educativos se suman otra serie de situaciones, como las carencias en
nutrición y salud de los niños, las deficiencias en infraestructura y dotación
en los planteles educativos oficiales, la falta de plata para el transporte de
la casa al colegio y muchos más que restan niños y jóvenes a la educación.
Algunos de ellos están contemplados en los diagnósticos y
planes, pero otros brillan por su ausencia porque en principio parecen no estar
relacionados con la educación, pero son fundamentales para que un niño vaya al
colegio, tenga un rendimiento adecuado y puedan pasar un curso.
Algunos padres no matriculan a sus hijos porque creen que el
colegio no aporta algo importante para sus vidas o los retiran porque las
instituciones están ubicadas en zonas inseguras, hay niñas que faltan al
colegio porque tienen el periodo y no cuentan con dinero para comprar toallas
higiénicas y otros no van al colegio porque no tienen zapatos. Estos son sólo
algunos de los cientos de casos que según Francisco Cajiao, experto en educación,
tienen como denominador común a la pobreza.
Cali / No hay infraestructura adecuada para estudiar
Con el pupitre a cuestas
Todos los días es igual. Los alumnos de séptimo grado, en la Institución
Educativa Santo Tomás de Aquino, deben traer pupitres de otros salones para
poder estudiar. Algunos se ven obligados a trabajar en el suelo, pues los
asientos no alcanzan o ya están ocupados.
Pero este centro educativo, ubicado al norte de Cali, no es
el único que sufre por la falta de infraestructura y dotación adecuadas. Son
varias las instituciones que no cuentan con un lugar digno para estudiar ni con
los implementos necesarios como textos, laboratorios o computadores. Por algo,
los expertos consideran que es uno de los problemas educativos que más preocupa
en la ciudad y en todo el departamento.
Además de no tener escritorios, alumnos como los del Santo
Tomás, están hacinados en el salón de clases, cada uno con capacidad para 30
estudiantes.
“Faltan baterías sanitarias, los techos están en mal
estado y los salones de clase no dan abasto para la cantidad de menores que
estudian en la institución. Además de estas falencias, carecen de personal de
aseo y una secretaria, por lo tanto maestros y alumnos deben asumir estos
roles”, afirma Olivia Paz, profesora de Español y Literatura de la institución.
La esperanza de estos niños está puesta en el plan de
desarrollo de Cali, que sobre el tapete, se ajusta a las necesidades del
municipio. “Todo eso va a cambiar, asegura Álvaro Sepúlveda, presidente del
Consejo Departamental de Planeación, tanto la Secretaría Departamental como la
Municipal están encaminadas hacia el nuevo sistema escolar, que busca que los
docentes tengan mayor autonomía en el desarrollo de proyectos y programas que
contribuyan al mejoramiento de la educación”. Sin embargo el problema
principal es la escasez de recursos, que no permite que muchos se desarrollen.
Riohacha / Aumentarán once mil cupos
Clases debajo de un árbol
En colegios como El Carmelo en San Juan del Cesar y El 15 de Mayo en Riohacha,
los alumnos reciben las clases debajo de los árboles porque las aulas no
cumplen con las especificaciones técnicas dictadas por el Ministerio de Educación
Nacional.
De igual manera, en el Colegio Nuestra Señora de Fátima en
Riohacha, los niños en su mayoría de la etnia wayuu, tienen que sentarse en el
suelo porque los pupitres no alcanzan.
El interés de los alumnos por aprender y progresar se queda
corto ante tantas incomodidades. Para algunos, está bien estudiar bajo los árboles,
pero si a esto se suma que además hay desorganización y deficiencia de
programas, mala calidad de algunos programas y profesores y altas tasas de
deserción, la situación se vuelve intolerable.
Como la esperanza es lo último que se pierde, los alumnos de
estos colegios confían en un futuro mejor, con mayor razón si creen en el
anuncio de que el Plan de Desarrollo ‘Vamos a Reiniciar La Guajira’, durante
el cuatrienio 2004 –2007 invertirá 350 mil millones de pesos en el sector
educativo, que serán financiados en su mayoría con recursos del Sistema
General de Participación (SGP), el Fondo para el Desarrollo de La Guajira (Fondeg)
y las regalías por la explotación de gas y carbón.
En educación el Plan de Desarrollo tiene contempladas
acciones como ampliar la cobertura en la zona urbana y rural con el aumento de
11.541 cupos y el número de aulas en las instituciones educativas; brindar
subsidios escolares con recursos de departamento a familias de los estratos más
bajos, mejorar la cualificación de los docentes, mediante el desarrollo de
proyectos de capacitación, diseñar un plan piloto encaminado a reducir del 15
por ciento al 5 por ciento la tasa de analfabetismo, y gestionar convenios para
la rehabilitación nutricional a través de programa de restaurantes escolares,
entre otros.
Según Jhon Fuentes Medina, presidente de la Asamblea
Departamental, el Plan de Desarrollo "Vamos a Reiniciar La Guajira",
trata de amainar un poco la grave situación del sector educativo del
departamento. "Creo que este Plan de Desarrollo fue elaborado a conciencia
por la misma comunidad educativa, la cual estableció cuáles eran las
necesidades más apremiantes del sector, ahora lo que se necesita es invertirle
recursos para poder desarrollar las acciones".
Esto quiere decir que en colegios como El Carmelo y el 15 de
Mayo, los alumnos recibirán clases debajo de los árboles, pero no por falta de
aulas sino porque están en alguna jornada pedagógica o netamente ambiental, no
por necesidad, como ahora.
Medellín / Para decirle adiós al trabajo infantil
La comida, el atractivo inicial
A Juan nada le interesaba más que llegar a la institución a comer. Su
principal motivación era resolver el problema de hambre. ¿Estudiar? No era su
prioridad, aunque si tenía que hacerlo para que le dieran comida, pues al menos
lo intentaba.
Así llegó hace 8 años al Programa de Atención Integral a
la Niñez Trabajadora Corporación Educativa Combos. Venía de trabajar en las
calles, vendiendo dulces que llevaba en una cajita.
Poco a poco descubrió que estudiar era muy interesante, como
también jugar, recrearse y, obviamente, no perder la costumbre de comer. Hoy
está a un paso de graduarse como bachiller.
Como él, la mayoría de los 160 niños que hoy pertenecen a
este programa llegaron motivados por otras cosas, menos por el deseo de estudiar.
En común tenían ser niños trabajadores, algunos de los cuales poco a poco se
olvidaron de esa actividad y se concentraron en su educación, y a la par en
otros programas que conforman el proyecto de la institución y que incluyen
atención médica, nutricional, familiar e individual.
Lastimosamente, dice Gloria Amparo Henao Medina, coordinadora
del Programa de atención integral a la niñez trabajadora Corporación
Educativa Combos, “hay una lista del doble esperando cupo. Son niños que
trabajan en el centro de la ciudad y que quieren una alternativa de educación,
pero no podemos ayudarles”.
“Nuestro objetivo es desestimular el trabajo infantil,
tenemos un diseño integral basado en las áreas de derecho, psicología,
nutrición, recreación, diagnóstico, integración y, por supuesto, educación.
Pero somos una institución que tiene límites, y que aunque queramos, a veces
tenemos que decir no hay”.
Esa respuesta escuchó recientemente María, la mamá de
Natalia, una niña de 8 años que trabaja vendiendo limonada en el centro de la
ciudad y que va con su madre para arriba y para abajo. “No tenemos en este
momento opciones. Por eso nos parece importante que el Estado también se
involucre en estos problemas y plantee otras alternativas”.
“Recientemente en la Mesa de Educación de Medellín
hicimos una campaña y elaboramos un mapa de ausencias, como un censo, que nos
permitió ver que hay cerca de 300 niños y niñas sin acceso a la educación,
por los altos costos, y de esos, unos 120 niños son menores trabajadores.
No todos tienen la misma suerte de Juan, de poder encontrar
un cupo para estudiar y convertir este proyecto en su sueño hecho realidad. Es
más muchos niños están condenados a seguir trabajando. Y el problema crece,
porque cada día en la región hay más desplazados por la violencia.
Isabel, por ejemplo, va con sus niños de 10 y 12 años, de
colegio en colegio en busca de un cupo para tercero y cuarto grado,
respectivamente. “Tuvo que trasladarse del barrio en el que vivía por culpa
de la violencia, y a donde llegó no la recibieron en los colegios. Un rector le
dijo que no podía hasta que demostrara que era desplazada. Pero no tiene el
certificado porque no está admitida la figura de desplazamiento urbano”.
“Nuestro perfil es para niñez trabajadora, pero aunque
quisiéramos, igualmente no tenemos cupos”, explica Henao. “La estamos
asesorando. Le enviamos cartas al rector. Solo esperamos que estos niños no se
queden sin estudiar”.
Bogotá / El hogar también se convierte en una barrera
‘Si no hay cupo, que no estudie’
Fabián tiene 10 años. Hasta el año pasado estudiaba en un colegio en
Suba, por el que su papá pagaba 70.000 pesos mensuales. Este año, por algunos
problemas familiares y la enfermedad de su madrastra, decidieron que ingresara a
un colegio oficial.
Desde finales del 2003 están en busca de un cupo en la misma
zona en donde viven pero no ha sido posible. Los papeles están registrados allí,
pero no hay ninguna respuesta.
La decisión de los padres de Fabián es una sola. “Si no
hay cupo que no estudie”. El niño quiere terminar su primaria. Este año lo
hubiera hecho, pero ya van seis meses perdidos y él no puede hacer nada para
convencer a sus padres de que hagan un esfuerzo y le paguen su educación.
Él se siente triste y a veces decepcionado, más cuando
visita a sus amigos, se ponen a jugar e inevitablemente ellos terminan hablándole
de cómo van en el colegio, cómo les ha ido y cómo este año terminan su ciclo
de primaria.
Para el experto en educación, Francisco Cajiao, este tipo de
problemas muestran otra cara de la educación que a veces no se tiene en cuenta.
“Por ejemplo, a veces hay colegios que dicen que tienen cupos, pero nadie va
por ellos. No se mira que son colegios muy apartados de donde vive la gente, en
zonas peligrosas, o que requieren de coger varios buses y los padres no tienen
con qué pagar”, explica Cajiao.
Sin zapatos ni ropa
También hay que considerar otros casos, explica el experto, como
aquellos niños que no tienen zapatos para ir a la escuela; niñas que no van al
colegio porque no tienen ni para comprar las toallas higiénicas. Eso no lo ve
la ciudadanía, no se registra en los indicadores, ni en los planes educativos,
pero es una realidad y una causa de inasistencia escolar. “Si uno va por
Ciudad Bolívar, Bosa, ciertas zonas de Suba y otras localidades de estratos 0,
1 y 2, se encuentra con problemas terribles, que ameritan atención, dice Cajiao”.
Por ejemplo, se estima que el 13,4 por ciento de los niños
menores de 7 años presenta desnutrición crónica y un 5,9 por ciento
desnutrición aguda, culpables estas de bajo rendimiento académico y hasta de pérdida
de años escolares. ¿Qué tanto puede rendir un niño si llega al colegio sin
desayunar o se ha acostado con una agua de panela”, se preguntan los expertos.
Gloria de Galindo, docente durante más de 30 años, recuerda
muchas historias al respecto, algunas verdaderamente tristes.
“Recuerdo una niña que faltaba a veces al colegio porque
en su casa no tenían ni para el desayuno, ni para la lonchera. Entonces, no la
mandaban”, dice ella. “¿Para qué la mando, para que se provoque de lo que
llevan los demás?, decía su mamá, una empleada del barrio Boitá.
En otro colegio en Meissen, “la ausencia escolar era por
falta de plata. Los niños vivían lejos y a veces los padres no tenían para el
transporte, entonces no los enviaban al colegio y los dejaban en casa”.
“Todavía faltan cupos, pero más que eso, opciones que estén
realmente cercanas a las necesidades de la población. La ubicación, las
condiciones de desplazamiento, de seguridad y muchos otros factores hacen que a
veces los padres de familia desistan de aceptar un cupo en una institución”,
dice Cajiao.
Eso sin contar los niños que no llegan “porque fueron
golpeados por sus padres y no quieren que los profesores se den cuenta de que
tienen un brazo morado y adolorido, un rasguño grande en la cara o hasta una
fractura”, recuerda Galindo.
Cartagena / Aportes darían un nuevo respiro a los niños
La escuela de Doña ‘Conga’
A orilla de la Ciénaga de la Virgen, rodeada de bichos, desechos orgánicos,
malezas y con el ambiente enrarecido por un olor nauseabundo, Orfelina Santos
lucha diariamente por la subsistencia y educación de 180 niños que, de no ser
por ella, estarían en el mundo sin Dios ni ley.
Todos la llaman ‘Conga’, y así también le dicen a la
pequeña escuela que ha creado y que en letra muerta se llama ‘Luz de
Esperanza’, pues nadie la llama así, y tiene como particularidad que todos
los profesores son chocoanos o palenqueros, eso sí, debidamente acreditados.
Orfelina llegó hace 6 años desplazada del Chocó, y desde
entonces su espíritu cívico, su vocación de servicio la llevó a fundar un
remedo de comedor comunitario, donde, sin embargo, muchos de los niños del
sector 11 de Noviembre del barrio Olaya Herrera, en la Zona Sur Oriental de
Cartagena, pudieron mitigar el hambre que antes de la llegada de la ‘negra
grande’, pasaban en sus casas.
Tocando puertas y con la ayuda de algunas ONGs, el comedor
pasó a ser una pequeña escuela, y de los tres cambuches de bahareque que se
había inventado a su llegada, logró construir cuatro aulas y dos baterías
sanitarias para la escuela comunal que funcionaba gracias a las peticiones que
‘Conga’ hacía a la empresa privada y a algunas organizaciones.
Esta escuela comunitaria es una de las 32 instituciones
educativas que pululan en las zonas deprimidas de Cartagena, especialmente en
los barrios Nelson Mandela, Olaya Herrera y El Pozón, las cuales albergan más
de 5 mil estudiantes, pero que aún no han sido debidamente legalizadas.
“Todavía no podemos darle el rótulo de escuela
comunitaria, pues aún no cumplen con muchos requisitos que la ley exige, pero
en el caso de la señora Orfelina hay que reconocer que está realizando una
encomiable labor”, dijo la secretaria de Planeación de la Secretaría de
Educación del Distrito, Mayiris Gómez, quien lleva varios años metida de
lleno en las escuelas comunitarias de Cartagena.
Para la funcionaria, el problema radica en que muchas
personas que no tienen la capacidad, ni los medios para fundar colegios lo están
haciendo, aunque reconoció que en contraparte, en la ciudad hay muy buenos
ejemplos de escuelas comunitarias exitosas y que están en mejores condiciones
que muchas de las escuelas oficiales.
Estas 32 escuelas que aún no han sido reconocidas, están a
la espera de que se les desembolse el dinero que consiguieron a través del
Fondo Nacional de Regalías, unos dos mil millones de pesos, y que en estos
momentos están reprimidos por diversas trabas jurídicas.
De ese dinero, por lo menos 50 millones de pesos le
corresponden a la escuela comunitaria de ‘Conga’, lo que sería un gran
alivio para que la pequeña institución, cansada de soportar el tufillo fétido
de la ciénaga, respirara un nuevo aire.